Somos seres humanos. Con nuestras grandezas y miserias. Pero ante todo con nuestra estructura psicológica y psicosocial. En el ambiente del disfrute de la naturaleza, se escucha muchas veces la palabra “ego”, que viene del latín y significa “yo”. Vamos a analizar brevemente esta problemática. Cada uno de nosotros posee lo que llamamos autoestima, que es la valoración de lo que percibimos como fortalezas y capacidades nuestras. La autoestima es la conciencia de la propia valía. La autoestima es necesaria: nos sirve para abrirnos camino, para sobrevivir. Es imprescindible para liderar en cualquier nivel. Su ausencia o debilidad nos hace perdedores, nos puede deprimir, y genera inseguridad en el resto de los integrantes del equipo en una actividad de montañismo. Pero una autoestima desbordada, y generalmente injustificada, también nos enfrenta a problemas.
La
autoestima desbordada es lo que vulgarmente conocemos como “ego”. Nos lleva a
pensar que somos siempre, y en todo, los mejores. Nos hace, a menudo, intolerable
la presencia de otras personas que se dedican a lo mismo que hacemos nosotros. Nos
hace estar en estado de competencia permanente. Nos hace subestimar a los demás.
Nos llena de rencor y nos pone a la defensiva cuando percibimos que otros son más
capaces. Dice el especialista Santiago Álvarez de Mon [1]:
“La importancia del trabajo en equipo se hace evidente
en cualquier organización. Pero muy a menudo los egos erosionan la cohesión y
el espíritu de un grupo hasta empujarlo al fracaso”.
Es por
ello necesario, o mejor imprescindible, que cada uno ejerza permanentemente una
autorevisión de sus sensaciones y estados psicológicos, para evitar entrar en
esa “zona de riesgo” en la que estamos más atentos a competir con los demás que
a trabajar sinérgicamente.
Veamos este esquema:
El “Yo” del centro es el yo consciente. Digamos que es la instancia consciente que comprende el propio estado, después de analizarlo.
La
autoestima nos dirá la mayor parte de las veces que tenemos razón, que somos
los mejores, que merecemos guiar, y cosas así. Como no siempre nos dan la
razón (¡y a veces ni siquiera la tenemos!), ni tampoco nos otorgan siempre la
conducción, o nos tratan como creemos merecer, se produce en nosotros un estado
de resentimiento. Que, insistimos, es peligroso, porque puede causar daño… en
las relaciones grupales, y, por ende, en la seguridad. Pero el yo consciente
debe generar (también conscientemente) un proceso de auto revisión, que es la
capacidad de identificar nuestros estados de ánimo, tomar conciencia de nuestras
propias limitaciones, y moderar los desbordes de nuestra autoestima.
Para
evitar que nuestra autoestima nos juegue una mala pasada (a cualquiera nos
puede suceder) debemos analizar frecuentemente lo que nos pasa. Debemos
analizar nuestra autopercepción, y preguntarnos honestamente si todo lo que creemos sobre nosotros es exactamente
lo que somos. Debemos examinar si nuestra autoestima no está desbordada, y si
así fuera, poner remedio a esta distorsión. ¡No se trata de negar nuestras
capacidades! Se trata de entender que a nuestro alrededor hay muchas personas
con al menos nuestras mismas capacidades. Quizá más fuertes en algún aspecto y
más débiles en otros.
Recordemos estos sencillos consejos:
Admitamos que siempre habrá gente más capaz y menos capaz que nosotros.
Entendamos que no somos los mejores en todo, y quizá ni siquiera en esta actividad que hacemos.
Tengamos la certeza de que siempre podemos enseñar algo, y siempre podemos aprender algo.
Aceptemos que la presencia de los demás, en co-laboración, puede enriquecernos.
Admitamos que es imposible que nosotros tengamos siempre la razón. También estamos sujetos a error, a visión sesgada, a visión parcial. Si creemos que algo se puede mejorar, debemos demostrarlo con razones sólidas.
Y la regla áurea: evitar LASTIMAR la autoestima
de los demás. Tratar a los demás como queremos ser tratados.
Salir del ego nos ayuda a comprender.
Salir del ego nos ayuda a crecer.
Por lo demás,
si es necesario, deberemos hacer una reunión para analizar objetivamente lo que
está pasando en el equipo. Con una comunicación profunda y honesta, en la que
cada quien pueda decir sin temores lo que siente o piensa, y los demás creen un
clima posibilitador de esta expresión. Solo lo que es expresado con sinceridad
puede ser conversado, analizado, y expurgado de errores. Conviene ser empáticos,
comprensivos, pero a la vez sinceros: si no estamos de acuerdo con algo que se
dice, debe ser expresado, con empatía y sinceridad. El ejercicio frecuente de
estas reuniones de análisis de la dinámica grupal tenderá a fortalecer la
efectividad del equipo y a desactivar los factores de perturbación.
[1] Licenciado en Derecho (CEU, Universidad Complutense de Madrid).
Master en Economía y Dirección de Empresas (IESE). Doctor en Sociología y
Ciencias Políticas (Universidad Pontificia de Salamanca). Asesor de empresas y
profesionales, escritor, sus áreas de interés son liderazgo, equipos de alto
rendimientos y coaching.