Por Procopio de la Cumbre, el entomólogo de entrecasa
¡Ay! Es esta una certeza más que se me va de las manos. Hoy, un poco menos adolescente que entonces, como se encarga de recordármelo el espejo toda vez que refleja mis nuevas redondeces, mis abundantes arrugas y mis raleados sectores peinables, descubro cada día una nueva realidad que antes era mejor.
Por ejemplo, en nuestro queridísimo Parque Nahuel Huapi y zonas aledañas.
Cuando comencé a venir al Parque, hube de aprender improperios creativos y abundantes para tener una batería amplia a fin de descargarla sobre los malditos tábanos, que amargaban mis excursiones y ascenciones con su zumbido, sus ataques torpes pero a veces eficaces, y su envidiable perseverancia, digna de emular por algunos seres humanos. Nada podía ser peor que esta especie antipática y hostil que tenía el mismo gusto por los ambientes montañosos que nosotros, aunque se mostraba un poco menos sociable y bastante más molesta que nosotros... o al menos eso creo.
Pero hete aquí que el progreso, el "fin de la historia", el posmodernismo, el nuevo milenio, y el hiper-archi-cosmo-mega-super-maldito fenómeno de la globalización metió la púa una vez más. Porque he descubierto, querido lector, que la globalización globaliza de peculiar manera, que por lo general es: llevándose nuestras alegrías a tierras que se cuecen bajo otros soles, y trayendo a nuestras playas las desgracias de otros pueblos. Como la simpática (para el gusto de Satanás) “chaqueta amarilla”, cuyo nombre científico, véspula germánica, debe significar en buen latín algo así como “insecto de la rep... madre que lo remil...”.
Encima años más tarde de la primera invasión, llegó una enorme cantidad de primas de aquellas, que seguramente las inviotaron a venirse habida cuenta de la belleza de nuestros paisajes: la "véspula vulgaris". ¡Vulgares son sus malditas costumbres!
Imaginen ustedes que esta trabajadora abejita no es tal, sino una arpía avispa de la peor laya, venida de Europa vía Estados Unidos y Chile, aprendiendo, en cada lugar que visitaba, las peores costumbres de esos sitios, y ahora los aprende en nuestro país, en donde tiene, dicho sea de paso, bastante que aprender en este sentido.
Sepa, distinguido lector, que el bicho en cuestión pica como cualquier abeja. ¡Pero mientras que las abejas civilizadas pican una sola vez y mueren (porque nos dejan, mal que les pese, el aguijón de recuerdo, clavado en nuestra piel, junto con partes evidentemente importantes de sus tripas) estas otras inmundas himenópteras conservan intacto y reluciente su aguijón, que es bien grande, por lo cual pueden picarnos hasta dos veces!
¿Y sabe otra cosa? Horrorícese: las invertebradas, caigan sobre ellas las maldiciones egipcias reservadas para los profanadores de tumbas, ¡¡¡muerden!!! como el más maleducado de los pichichos suburbanos.
¿Les podemos pedir algo más? Lamentablemente sí. Porque como el argentino más típico, este véspido horroroso aparece siempre, sin invitación, a la hora de comer. Y si hemos decidido hacer un picnic, allí estarán ellas, revoloteando, y guay de que las moleste: no solo le comerá su comida y le beberá su bebida, sino que además lo picará para que aprenda. Y agradezca que no lo moleste sexualmente, que es lo único que falta que nos hagan.
De modo tal que hoy, cuando veo venir hacia mí a un tábano, lo recibo como a un viejo y querido amigo, y juntos lamentamos las novedades que trae el cambio de los tiempos. Al fin y al cabo, también el tábano se ve afectado, ya que ha sido postergado en el ranking de las maldiciones de los honestos montañistas, que sólo esperan ahora que los lagos conviertan su agua en sangre, y las estrellas del cielo se precipiten sobre sus cabezas cualquier noche de estas.
Procopio "Caladryl" de la Cumbre
Ahora en serio
En los últimos años ha crecido rápidamente la población de un tipo de avispa conocida como chaqueta amarilla, especie exótica que se ha adaptado muy bien en toda la zona del Parque Nahuel Huapi (y en numerosos otros ambientes andino patagónicos). Debido a que muchos excursionistas se manifestaron preocupados por este fenómeno, incluimos este apéndice informativo.
La chaqueta
amarilla (Véspula germánica) es un insecto perteneciente al orden de los
himenópteros, familia vespidae, oriundo de Europa, Africa del Norte
y Oeste de Asia, aunque actualmente está extendido en grandes regiones del
mundo, y entre ellas, la zona oeste de nuestro país. Si bien comparte con las
abejas domésticas el orden de los himenópteros, se trata de una avispa de la
familia vespidae, integrante de la subfamilia vespinae, de
organización social compleja.
Su cuerpo
presenta bandas amarillas y negras, lo que justifica el nombre con que se las
conoce popularmente. Tiene un aguijón muy desarrollado con el que puede picar reiteradamente.
Esta avispa
tiene un rápido índice de dispersión, por lo cual llegó por accidente a los
Estados Unidos proveniente de Europa a fines del siglo XIX, extendiéndose de
este a oeste, desde donde migró a sudamérica probablemente debido al
intercambio comercial entre los puertos de San Francisco y Valparaíso. De Chile
migró a la Argentina, en donde se encontraron los primeros ejemplares en la
década de 1980, extendiéndose rápidamente por la zona cordillerana, ayudados
por su excepcional adaptabilidad y también por la presencia del hombre, cuyos
hábitos facilitan la alimentación del insecto. En los años 2000 se esparció en las zonas mencionadas una
nueva especie, la véspula vulgaris, con
pocas diferencias morfológicas, y similares costumbres y ciclo vital.
Cada
primavera, las reinas fecundadas antes del invierno anterior, y que han
sobrevivido a los rigores del frío en lugares protegidos, “fundan” un nuevo
nido construyendo algunas celdas y poniendo huevos de obreras, las que al nacer
continúan la obra. La nueva comunidad llegará a tener entre cuatro y cinco mil
individuos, con una única reina. Los lugares elegidos para construir los nidos
son por lo general oquedades entre las rocas, pequeñas cuevas de animales o
intersticios en construcciones. No obstante, también pueden montar nidos
aéreos. Los nidos son construidos con una pasta que las obreras producen a
partir de la elaboración de la madera.
En el otoño,
cada nido produce varias reinas, que son fecundadas y abandonan el nido para
refugiarse en un proceso de hibernación, hasta que llegue nuevamente la
primavera. El nido original, mientras tanto, suele desaparecer con la muerte de
todos sus integrantes. Las reinas, fecundadas y sobrevivientes, serán origen de
otros tantos nidos. Y esto explica la proliferación tan veloz de la especie.
Las
"chaquetas" se alimentan de néctar de flores, pero son ávidas,
además, de proteínas y azúcares de origen vegetal y animal, que obtienen de
frutos maduros, desperdicios y basura producidas por el hombre, cadáveres de
animales, etc. Es por ello que se vuelven muy molestas cuando alguien come al
aire libre, ya que perciben los alimentos y las bebidas azucaradas y vienen por
su porción. Es menester decir, sin embargo, que estas proteínas y azúcares no son
digeridos por las obreras, que los llevan a los nidos en donde se los proporcionan a las
larvas, que aprovechan el alimento y regurgitan el sobrante para beneficio de
las obreras, que lo consumen.
Estas avispas no suelen atacar al hombre, salvo en el caso de ser molestadas, si sienten atacado el nido o en las épocas de escasez de alimentos, como el otoño. Cabe destacar que la "zona de seguridad" de un nido de chaquetas ocupa un radio de unos 7 metros alrededor del nido. Es menester caminar con cuidad, entonces, especialmente en zonas poco transitadas.
Las
chaquetas muerden y pican. Su desarrollado aguijón inyecta un veneno potente
que produce una reacción alérgica local seguida de hinchazón y fuerte picazón.
Pueden picar varias veces, ya que no pierden el aguijón como las abejas
domésticas. Es de destacar que el ataque de varios individuos, o una propensión
alérgica del atacado, podría provocar un shock anafiláctico si la persona no es
rápidamente atendida en un centro asistencial.
Fuente: Juan Corley, “Las chaquetas amarillas”, en la Revista Patagonia Silvestre, de la Sociedad Naturalista Andino Patagónica, Nº 4, Pags. 11 a 16